La llegada a Mexicali fue fantástica. La maleta con los repuestos de la furgoneta, ni la miraron en el aeropuerto; nos podían haber hecho pagar impuestos de importación. Cogimos un taxi y nos presentamos en “Impacto”, la industria de Mario, hermano de Karina, en cuya nave habíamos dejado aparcada la Hippie. Después de ocho meses parada, la furgo no arrancó, pero le conectamos otra batería que tenían por ahí los de la nave y al segundo intento el motor cobró vida. Sonido celestial. Siguiente paso, cambio de aceite. A las tres horas de haber aterrizado teníamos la furgo lista para viajar, sin embargo decidimos pasar la noche en un hotel de Mexicali. El “jetlag” nos afectaba mucho; 9 horas de diferencia.
Al día siguiente llegamos a Ensenada donde Karina, generosa profesional, nos recibió con unas cervezas y una bolsa llena de comidas ricas para llevarnos de viaje. Tras pernoctar en un hotel de Ensenada iniciamos viaje hacia el sur. Pasamos la mayoría de las noches en hoteles porque estaban baratitos.
Recordamos que estamos en tiempos de pandemia; por aquí la mayoría de los hoteles y restaurantes están abiertos, hay algo de turismo, se ven norteamericanos viajando. La gente va con mascarilla por la calle en las ciudades grandes, pero en las zonas rurales hay bastante gente sin “cubreboca”, y la entrada a las tiendas y supermercados está regulada por aforo, en eso son muy estrictos. En definitiva, por México se puede viajar, con cuidadito.
En Bahía de los Ángeles hicimos nuestra primera noche de acampada; una delicia dormir junto al mar y ser despertados por los primeros rayos del sol. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario